Los secretos internos para San Benito Oracion salen a la luz
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Compartían con los de Antealtares la misión de custodiar el beato sepulcro del apóstol Santiago. El papa Gregorio Magno impulsó, entre los años finales del siglo VI y los primeros del VII, la expansión de la orden. En el año 790, Carlomagno pidió al monasterio de Monte Cassino, donde San Benito la había redactado, una copia de su regla y ordenó a todos y cada uno de los centros monásticos de su riguroso imperio que la aprendiesen y la siguiesen, aunque no siempre tuvo éxito. Esta tarea fue continuada por su hijo Ludovico el Piadoso que, con ayuda de Benito Aniano y de la Iglesia de Roma, logró una enorme implantación en todo el Imperio Carolingio. La Regla de San Benito está basada en el cumplimiento de los mandamientos, en la obediencia al abad, en la consagración a la oración y en el trabajo como instrumentos de santificación y el ejercicio de la caridad.
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Su hermana gemela Escolática, que estaba al cargo como abadesa de un centro monástico regido por la norma dictada por Benito, estaba a menudo con fuera de sus respectivos conventos. Un día Escolástica le pidió a su hermano que no volviera esa noche al monasterio y se quedara hablando con ella de Dios. Como Benito se negó, suplicó al Muy santo que le impidiese regresar y, de pronto, se levantó una enorme tormenta y Benito no pudo volver al monasterio. Desde entonces, se la invoca como letrada contra los rayos y tempestades. Pasados tres días, Benito estaba ahora en el convento y tuvo una visión por la que contemplaba el alma de su hermana subida al cielo por un ángel. En Monte Cassino, creó un nuevo monasterio y sobre las ruinas de un viejo templo destinado a Apolo edificó un oratorio bajo la advocación de San Martín, cuya imagen compartiendo su capa con un pobre es una buena representación de la hospitalidad benedictina, y otro en honor a San Juan Bautista. Cuenta la historia de historia legendaria que Apolo, en venganza, en el momento en que estaban creando el monasterio, desmoronó una de sus paredes y aplastó a un monje; Benito decidió rezar y, al sacar los escombros, apareció el monje ileso.
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Gracias Holyart por su elección y siempre rápido los envíos. Pero la oración y el trabajo en el monasterio no eran suficientes.
Desde Cluny se inicia en el año 910 una reforma de la orden benedictina que es seguida por las principales abadías de Suiza, Francia, Italia, Inglaterra y España. No obstante, en 1098 se funda la abadía del Cister, que propugna una vuelta al rigor de la Regla de San Benito, pero, contrariamente a los benedictinos, rebajaba el poder del abad de cada cenobio en beneficio de un abad general. Los frailes blancos se escindieron así de los benedictinos. Poco después del hallazgo del sepulcro apostólico y de la construcción del santuario, unos monjes se establecieron en sus inmediaciones, en un lugar llamado Pinario, y celebraban sus oficios en la capilla de la Corticela.
Pídele al Señor, remedie nuestras pretensiones espirituales, y anatómicos. Pídele asimismo por el progreso de la santa Iglesia Católica; y pues mi alma no muera en pecado mortal, a fin de que de este modo confiado en Tu poderosa intercesión, pueda cualquier día en el cielo, cantar las eternas alabanzas. Santísimo confesor del Señor; Padre y jefe de los monjes, interceded por nuestra santidad, por nuestra salud del alma, cuerpo y cabeza.
Tal como nos enseña la tradición monástica y las disposiciones de la Iglesia, los frailes estamos llamados de modo especial a proseguir en la Iglesia la oración de Cristo, tanto en la celebración de la Santa Misa y del Trabajo Divino, como en las demás formas de oración, la que debe empapar toda nuestra vida. La Eucaristía es el centro de la Liturgia, tal como de la vida cristiana. Por esta razón, ocupa el primer lugar en nuestra vida monástica. En el sacrificio de la Santa Misa, la Red social monástica se reúne en torno al altar para actualizar el memorial de la desaparición y resurrección de Jesús, Sacramento de unidad y de amor que une a los monjes entre sí, con la Iglesia Universal, con Cristo. Consíguenos la felicidad de querer al prójimo y de hacer con él las proyectos de clemencia. ¡Oh glorioso San Benito, humilde de corazón, que supiste desdeñar las alabanzas de los hombres! Alcánzanos la humildad, que amaste a Dios sobre todas las cosas y le entregaste sin reservas tu corazón, consíguenos asimismo el amor de Dios.
Divulgados los sacrificios y penitencias de Benito por los alrededores, los eremitas quisieron hacerle su abad pero se arrepintieron de su elección por el esfuerzo y penitencia que les exigía. En el momento en que quisieron deshacerse del santo echaron veneno en su copa, pero al bendecir la mesa Benito, la copa se partió en mil pedazos. Tras esa vivencia negativa, Benito volvió a su soledad pero bien próximamente llegaron gentes atraídas por su santidad y le pidieron asistencia espiritual y dirección para sus vidas, lo que le forzó a fundar hasta 12 pequeños monasterios. Al final se decidió a retirarse al Monte Casino, donde edificó una abadía sobre el lugar que había ocupado un templo del Dios Apolo.
- ¡Oh glorioso San Benito, cuya alma en tu dichosa muerte, fue elevada al cielo en la mitad de ángeles y santos, siendo consolados tus discípulos por la revelación de tu gloria!
- Tu enorme poder frente Dios se reconoce hoy, más que nunca, merced a la medalla que viene honrada con tu nombre, por la multitud de prodigios y favores que por su medio Dios nos proporciona.
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